martes, 1 de junio de 2010

DESEMPLEO Y PRECARIEDAD EN LA SOCIEDAD DE MERCADO.

A partir de la década de los ochenta la sociedad chilena experimentó un radical proceso de cambio. Las antiguas estructuras, tanto aquellas de la hacienda como las de la sociedad desarrollista, desaparecieron por el ajuste estructural promovido por la modernización neoliberal. Como resultado de esta transformación se sentaron las bases de un proyecto social, económico, político y cultural que se ha cristalizado plenamente a fines de los 90 en la constitución de una sociedad de mercado.El cambio, que ha cosechado éxitos macroeconómicos dentro de la actual lógica de la economía mundial y dado signos de estabilidad con relación a los países vecinos, ha desarrollado aspectos que afectan la totalidad de la vida cotidiana, sobre todo en la esfera de los intercambios económicos, configurando una sociabilidad compleja, paradójica y conflictiva. Esta nueva condición en la sociedad chilena ha significado una redefinición de los principios estructurales que la organizan, lo cual se asocia a dos hechos sociales fundamentales: el mercado como mecanismo de coordinación social, y los procesos de individualización no asistidos. Ambas situaciones se proyectan en los aspectos materiales del cambio y en las representaciones simbólicas que hoy definen las relaciones entre economía y sociedad.


El mercado como mecanismo de coordinación social.

La expansión de los mercados es un cambio de primer orden, tanto como el ocurrido cuando el Estado reemplazó a la hacienda convirtiéndose en el principal mecanismo de coordinación social. A partir de este cambio se ha valorizado la competencia, el esfuerzo individual y la necesidad de contar con mayores oportunidades de consumo conformando un imaginario simbólico y una vida material, en torno al mercado, que define ampliamente la sociabilidad de las últimas décadas.Las características del mercado como mecanismo de coordinación social se sintetizan en cuatro aspectos. En primer lugar, tiene un carácter descentralizado asociado a una radical diferenciación de las funciones y los discursos en la sociedad, que conlleva la abolición de cualquier centro. Esto pone en jaque una organización de la sociedad basada en las decisiones jerárquicas del Estado. En segundo lugar, las relaciones sociales no son ordenadas de acuerdo a la condición de ciudadanía, en términos de un status social, o sobre alguna idea de bien común, sino que estas se organizan de acuerdo a intereses privados. En tercer lugar, es horizontal y define las relaciones entre los individuos como si estas fueran realizadas entre iguales. Por último, el orden social es concebido como el resultado de actos de carácter privado que son regulados de manera espontánea por el mercado permitiendo alcanzar un equilibrio entre intereses contrapuestos. El discurso que señala al mercado como un eficaz mecanismo de coordinación social entiende que es capaz de resolver tres desafíos organizacionales de las sociedades modernas. En primer lugar, permitiría dar coherencia a relaciones sociales entre individuos libres, con intereses diversos y especialización de funciones. El orden social se entendería como la consecuencia de la agregación de voluntades individuales, siendo organizados de manera espontánea, a medida que se suceden las relaciones de intercambio mediadas por el mercado. En segundo lugar, es necesario distribuir y asignar eficientemente los recursos y bienes escasos con el objetivo de permitir la reproducción de la sociedad. El mercado opera en este caso como una mano invisible que permite un equilibrio entre lo que se da y recibe, que puede ser traducido como un óptimo social. En tercer lugar, es necesario resolver problemas asociados a la necesidad de protección y bienestar, los cuales son resueltos en términos de entenderlos como parte de una responsabilidad de los individuos y su capacidad para elegir entre las diversas oportunidades que brinda el mercado. La caracterización del mercado como mecanismo de coordinación social se justifica porque hoy aparece en la sociedad chilena como un modo de regulación o coordinación social que intenta configurar la totalidad de la sociedad, promoviendo procesos de integración basados en una racionalidad formal, en la privatización de las decisiones, y una distribución y asignación de los recursos sin que intervengan mecanismos ajenos a lógica del intercambio mercantil. Esta presencia genera importantes consecuencias en las representaciones simbólicas de la vida cotidiana. La centralidad del mercado es un principio estructural de la modernización neoliberal que entiende la organización social como el resultado del equilibrio espontáneo de los intereses privados. Sin embargo, esta condición es matizada permanentemente por el fracaso del mercado como mecanismo de regulación social cuya evidencia son las situaciones de desigualdad, exclusión y desintegración social. La coordinación que se establece a través del mercado no aparece como una experiencia virtuosa en cuanto a una total eficacia en la distribución y asignación de recursos. La diferencia en las condiciones de competencia y elección, entre personas y grupos sociales, determina experiencias negativas respecto a la participación en los mercados que se pueden proyectar, entre otras cosas, como desempleo o precariedad.En este sentido, a pesar del éxito económico que vivió el país en el primer quinquenio de los noventa se desarrollaron procesos que cuestionaban la eficiencia del mercado como mecanismo de coordinación social. Esto quedó en evidencia en los grados de inseguridad y desconfianza social que señalaron los informes del PNUD y la OIT en el año 1998. Los cambios en la organización de la economía y el éxito funcional de los mercados fueron cuestionados por un movimiento menos visible que define la experiencia socioeconómica del último tiempo: el crecimiento de la vulnerabilidad y el riesgo social.¿Cómo se puede entender esta relación entre mercado como mecanismo de coordinación social, éxito en el crecimiento económico y aumento de la vulnerabilidad y el riesgo social? La interpretación dominante de la posición del mercado en las sociedades contemporáneas supone que la competición por bienes y recursos escasos genera resultados virtuosos en crecimiento económico y bienestar social. En ese acto, se generan movimientos de innovación y desarrollo exponencial de habilidades sociales capaces de alcanzar el éxito en la vida económica. Sin embargo, elegir y competir no necesariamente son acciones que conducen o sintetizan un desarrollo virtuoso de las sociedades contemporáneas, especialmente, en su vertiente de mercado. La competencia y los procesos de elección pueden generar contextos socioeconómicos que se caractericen por fuertes tensiones entre quienes participan de las relaciones sociales de intercambio. Esta tensión competitiva de los mercados, que es el resultado del esfuerzo de personas y grupos sociales, en condiciones desiguales, por adquirir bienes y servicios escasos, se traduce en importantes desequilibrios de las relaciones de intercambio afectando al conjunto de la sociedad. Así, el mercado como mecanismo de coordinación social no sólo genera coherencia funcional en una sociedad, sino también, introduce e incorpora procesos de descomposición y fragmentación social. Esto no excluye que otro mecanismo de coordinación social provoque estos efectos, pero lo que está en cuestión es la naturaleza de esta fragmentación y sus consecuencias en la sociedad de mercado.Pensar al mercado sólo en sus aspectos virtuosos como mecanismo de coordinación social significa reducir la organización de la vida económica a un proceso de carácter abstracto. El mercado es más que un principio de comportamiento económico basado en decisiones individuales que maximizan, a través de una racionalidad formal, las utilidades. La coherencia funcional de los mercados no puede estar basada solo en las subjetividades de los individuos.Como señala Charles Tilly la organización de las relaciones de intercambio no es el resultado de decisiones de individuos aislados que eligen siempre racionalmente, sino más bien, de aquellas que ocurren en tramas sociales. Estas últimas no responden sólo a un comportamiento económico como la maximización de utilidades, sino además, a la distribución del poder, la distancia física con relación a los lugares de intercambio, y a las representaciones sociales que los individuos tienen respecto a cómo organizar la vida económica. La vulnerabilidad y el riesgo social internalizan sus causas y manifiestan sus consecuencias al interior de estas tramas sociales, y cuya consecuencia pude ser la completa desafiliación de los individuos a los mecanismos de producción de sociedad.En una sociedad de mercado, como el Chile actual, la vulnerabilidad y el riesgo social de las relaciones de intercambio se trasladan al conjunto de la sociedad e interfieren en otras esferas de la acción social. Aprehender este proceso implica colocar en un plano distinto la caracterización de la vida económica y por ende la representación dominante que tenemos respecto al mercado. El desafío es entender al mercado como resultado del desarrollo de las tramas sociales de una sociedad, observando los movimientos que permiten controlar la expansión de la incertidumbre económica y construir relaciones sociales menos vulnerables.


“Individualización no asistida”: esfuerzo y responsabilidad individual.

El segundo aspecto que define a la sociedad de mercado es el carácter que asume el proceso de individualización a partir de la transformación neoliberal. Tanto en el siglo XIX como en gran parte del siglo XX, los procesos de modernización en Chile estuvieron enmarcados en instituciones sociales que interferían ampliamente en las trayectorias de vida. De ahí, que la individualización, es decir, el proceso de hacerse responsable de sí mismo y por ende ser sujeto capaz de elegir y decidir de manera autónoma, como así también, de generar procesos identitarios por medio de la diferenciación respecto a un otro, siempre fuera un proceso asistido y aun más, hasta bien entrado el siglo XX, no propio de gran parte de la sociedad chilena. La institucionalidad de la hacienda, por ejemplo, generó una gruesa muralla en contra de las ideas modernas, especialmente, respecto a la construcción de un orden social basado en las libertades personales y no en las dependencias sociales. Así, el patrón dirigió y definió las trayectorias de vidas de sus inquilinos. Estos se mantuvieron ajenos a las decisiones políticas y más aun de la participación autónoma en la vida económica.Hoy el proceso de individualización está asociado, preferentemente, a la participación en los mercados no existiendo mecanismos ajenos a la voluntad de los individuos que incidan en la definición de sus trayectorias. Por esto mismo, es más importante el esfuerzo individual como medida y valor condicionante del éxito en una sociedad de mercado. La modernización neoliberal supone que todos los miembros de la sociedad son potenciales competidores y que el éxito esta asegurado por el esfuerzo personal. Como referentes en los modos de representación de la vida cotidiana ya no están ni el patrón de la hacienda ni el Estado desarrollista, sino la figura social por antonomasia el emprendedor. La expansión de las libertades económicas y la valorización de la propiedad privada han repercutido en los modos con que los sujetos pretenden alcanzar sus objetivos en el marco de las relaciones de intercambio. Los alcances de esta transformación son vastos y se observan en la creciente individualización de las relaciones laborales o en la mercantilización de un número importantes de actividades o bienes públicos. Esto genera una representación única de los modos de vida en la sociedad de mercado: emprendedores, cuya acción económica esta referida a un proceso permanente de decisiones individuales respecto a la utilización de las oportunidades que brinda el mercado. Sin embargo, lo particular de esta forma de individualización radica en la forma de enfrentar una participación inadecuada en los mercados, que puede manifestarse como desempleo y precariedad. Las instituciones formales que permitirían revertir esta condición prácticamente no existen o bien son precarias. La ausencia de un trayecto o biografía de vida predefinida, ya sea por el Estado o las instituciones de la hacienda, condiciona que las situaciones de incertidumbre e inseguridad social adquieran una condición novedosa. Hoy los riesgos sociales no están asociados a la desmantelación de la hacienda, a la indiferencia del patrón o al fracaso de la integración a través del Estado desarrollista. Los actuales riesgos sociales, como las experiencias de desempleo y precariedad en el trabajo, aparecen ligados a la realización de trayectorias de vida concebidas de manera individual, a modo de proyecto, que se ponen a prueba ante mercados cuyos entornos son complejos debido al carácter competitivo y globalizado de las economías contemporáneas. Esto es de una enorme trascendencia pues pareciera ser que la producción de sociedad en el Chile actual esta condicionada a la realización exitosa de cada uno de los proyectos individuales. De ahí, que las habilidades exigidas a las personas, en esta nueva realidad, sean aquellas que permitirían definir claramente sus objetivos, los medios para alcanzarlos y las formas de abordar eficientemente los riesgos en un entorno económico complejo.Los resultados económicos de la primera parte de los noventa indicaron un cierto éxito en este desafío. El crecimiento económico sostenido, entre otras cosas, permitió mayores posibilidades de lograr los objetivos entre quienes impulsaban un proyecto o intentaban actuar en los mercados. Sin embargo, ante el aumento, en el último tiempo, de la incertidumbre económica los esfuerzos individuales no han sido suficientes. Así, las trayectorias de muchos chilenos y chilenas han pasado del relativo éxito al pesimismo, y posteriormente al fracaso, situaciones que además se agudizan por el estrecho margen de acción de los mecanismos institucionales que intentan revertir esta situación. Recurrir a empleos públicos para abordar el desempleo es un ejemplo que evidencia una escasa capacidad de las autoridades de gobierno y analistas para comprender un proceso de modernización complejo que no depende sólo del crecimiento económico.Hoy los procesos de individualización se complejizan sin que los fracasos de los individuos sean abordados de manera eficiente por el mercado. Pareciera ser que las oportunidades, siempre de elección, rápidamente desaparecen y sólo queda el pesimismo. Por otra parte, el Estado se ha batido en retirada y las formas de sociabilidad, alternativas al mercado y al Estado, han desaparecido en medio del exitismo económico de la última década. Dentro de este escenario, desempleo y precariedad son síntomas inequívocos de las dificultades de una individualización no asistida y de la incapacidad del mercado para generar integración social.


Incertidumbre y riesgo social novedoso: La inseguridad de la sociedad de mercado en su clave aspiracional.

El retrato del reciente cambio social en Chile, desde un punto de vista de las representaciones simbólicas, puede sintetizarse en la denominación de sociedad aspiracional dada por Ascanio Cavallo. Esta define el carácter de una sociedad en donde las trayectorias de los individuos tienen como objetivo aspirar a una satisfacción de necesidades creciente, a través de una acción económica individual, y teniendo al mercado como principal mecanismo de coordinación social. Así, la individualización no asistida y el mercado aparecen como principios estructurales de la sociedad aspiracional que definen un cambio en las representaciones simbólicas de la sociedad chilena que se expresa en la nueva condición de la estructura social, en la movilidad social, el desempleo y la precariedad.La naturaleza de este cambio es posible observarla en la actual condición de la estructura social. De una manera general y esquemática es posible reconocer y tipificar claramente en términos materiales y simbólicos dos grupos sociales, como son los más pobres y el 10% más rico de la población chilena. Sin embargo, entre ambos grupos sociales hay una extensa zona desconocida que se ha formado plenamente en la última década y en donde se manifiesta con mayor claridad los aspectos de nuestra nueva condición social.La sociedad aspiracional ha definido los procesos de “individualización”, de las personas y grupos sociales de esta zona, de manera que sea solo el mercado y el esfuerzo individual quienes generen un orden social y una vida económica coherente. En ella, no existen los lazos de consanguinidad y objetivos a fines que generan la coherencia social y económica de los grupos sociales más ricos, sino una fuerte heterogeneidad en lo cultural y en los objetivos de quienes forman parte de este segmento de la estructura social, lo cual se asocia, entre otras cosas, a una exaltación del individualismo entendido como valor. Tampoco existe la permanente escasez material y subjetiva que muestran los pobres. Lo que observamos es una alta variabilidad en periodos y condiciones de escasez material y subjetiva asociada a trayectorias laborales inestables, situaciones de endeudamiento crónico o tensiones derivadas de la competitividad en la vida económica. Esta zona, es definida por José Bengoa como el escenario de las nuevas clases medias:“Las historias de estas clases medias nos permite analizar de manera quizás más compleja la sociedad chilena de los años noventa y quizás comprender mejor sus conductas, porque no cabe duda que los temores e inseguridades de un sector y otro son radicalmente diferentes. Esa diferencia se visualiza muchas veces en culturas altamente escindidas. Por ejemplo, en conceptos referidos al valor trabajo muy distantes entre estas nuevas capas medias acostumbradas a buscar la oportunidad, y las antiguas capas medias que valoran el trabajo sistemático, la honradez a toda prueba, y que se sienten incapaces de jugar con las reglas del juego dominantes en el mundo actual......la nueva clase media ha asumido una mirada profundamente secularizada y materialista que la conduce a establecer nuevos códigos de moralidad” Conjuntamente con este cambio aparecen nuevos sujetos cuyos intereses son novedosos, sus códigos simbólicos sui generis y sobre todo con un lugar en la sociedad aspiracional absolutamente singular. Aspectos de este acontecimiento pueden ser observados en las actuales demandas sociales o en la valorización de las relaciones de parejas e incluso en la formulación de los proyectos de vida. Resulta claro que en los fenómenos anteriores prima el pragmatismo y la flexibilidad, elementos que ciertamente resultan fundamentales para el discurso de la sociedad aspiracional que define el éxito por la adaptabilidad ante la incertidumbre económica. Pero, ¿qué pasa en este lugar de las nuevas clases medias cuando el desempleo y la precariedad se vuelven patologías centrales de una sociedad de mercado y aspiracional? ¿cuáles serían los mecanismos que asegurarían el éxito en el mercado y sobre todo en términos de satisfacer sus crecientes aspiraciones? ¿qué elementos permitirían restituir, para esta zona, la ausencia de “vulnerabilidad” e “incertidumbre controlable” en una sociedad de mercado?.En los últimos años, la “exitosa” sociedad de los noventa no ha respondido de manera adecuada a estas preguntas. Los mecanismos funcionales de la sociedad de mercado han fracasado y los riesgos e incertidumbres hoy son menos controlables, especialmente, para esta extensa zona que no cuenta con la afinidad de los grupos más ricos ni tampoco con los programas focalizados para los pobres. Así, la “individualización no asistida” de la sociedad de mercado adquiere el sentido de “individuación” que le otorga Fernando Robles y que define el hecho por el cual parte de la población queda privada de las prestaciones de los sistemas funcionales de protección basados en el principio de responsabilidad individual, como son las ISAPRES y AFPs. La salida del mercado del trabajo o el fracaso de los proyectos personales, como en el caso de microempresarios o pequeños contratistas, significa quedar al margen, sin ingresos, sin protección, sin acceder al consumo en un trayecto seguro hacia la desafiliación de la producción de sociedad.La sociedad aspiracional se vuelve problemática porque sus procesos de individualización se tornan precarios. Quienes viven esta condición no lograron adaptarse a los cambios en los mercados, como así tampoco, reconvertir rápidamente sus saberes o reafirmar la confianza de la banca de consumo. Reúnen una misma cualidad: no incorporaron y abordaron de manera “eficiente” la incertidumbre de las relaciones de intercambio en mercados complejos. Los problemas asociados a esta condición ponen en jaque las tecnologías sociales y los modos que utilizan analistas y autoridades para abordar las patologías sociales del Chile reciente como el desempleo o la precariedad.Al final de los noventa esta incertidumbre adquiere una dimensión novedosa no asociada a la incapacidad del Estado, sino al fracaso personal frente al mercado. Esto se expresa como un miedo a sobrar que se ha individualizado, lo que ciertamente es un hecho fundamental en los mercados de trabajo y en la realidad cotidiana de las PYMES, y que no responde a un aspecto coyuntural de la modernización neoliberal, sino a sus propios principios estructurales. Como señala el informe del PNUD 1998:“Se trata de establecer individualmente la seguridad como ventaja competitiva mediante el juego del mercado y del avance tecnológico. Queda flotando en el aire, sin embargo, la idea de un costo indeseado de la estrategia adaptativa: finalmente la competencia se hace contra otros. En cualquier caso el discurso adaptativo de individuación y competencia define los cambios laborales como algo impuesto desde afuera, no como algo que se haya deseado”.A inicios del siglo XXI los problemas del desarrollo en Chile ya no radican en oportunidades de consumo limitadas o en la ausencia de libertades individuales para la acción económica. El problema se ha trasladado a las trayectorias de los individuos en el uso de estas libertades y en el acceso a estas oportunidades. Hoy las trayectorias de chilenos y chilenas se expresan en un imaginario simbólico definido por el “hágalo usted mismo”. Sin embargo, no hay un mismo énfasis en las instituciones y mecanismos que permitirían este “hacer” menos precario y vulnerable.En el espacio social del trabajo esta condición de la sociedad de mercado es particularmente compleja y es su singular naturaleza la cual debe ser problematizada. Es en este sentido, que el desempleo y la precariedad ya no aparecen como un efecto de las coyunturas económicas o como el resultado de los ajustes en la estructura productiva del país, sino como consecuencia de la propia dinámica de la modernización neoliberal.


Autor: Rodrigo Figueroa Valenzuela

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